Volví al colegio el septiembre de 2015, pero a más de mil kilómetros de casa. Volví al cole en Errachidia, una ciudad al sudeste de Marruecos, a las puertas del Sahara. Una ciudad de trabajadores y polvo. De calles sin asfaltar, de burros como medio de transporte, de bares sin mujeres. Y, al fin y al cabo, una ciudad que empieza a imitar el modelo europeo y a asegurarse las facilidades de la vida occidental.
Allí llegamos, tras coger un autobús kamikaze durante diez largas horas nocturnas, para descubrir la que sería nuestra casa durante unos días y para crear la familia que nos acompañaría durante toda la experiencia. Completamos el equipo ocho españolas y tres coordinadores autóctonos y, ¡manos a la obra!
Imaginaros, plantaros delante de una clase de niños de todas las edades, puesto que teníamos alumnas y alumnos entre 16 y 2 años, con los cuales no compartes ninguna lengua. ¿Da vértigo? La verdad es que escrito así asusta más que en la realidad. Cuando queremos entendernos, cuando queremos comunicar, el lenguaje a veces hasta sobra. Esa fue la primera gran lección de nuestra vuelta al cole.
La siguiente puede que fuera la falta de materiales para trabajar. ¡Pongan sus cabezas a funcionar! Y sacamos actividades fantásticas del baúl mágico. Desde pompas gigantes con cuerdas y palos a batukadas con materiales reciclados.
Como debéis estar imaginando los docentes, ¿qué tipo de currículum educativo es este? Y debo confesar que nuestra labor no era ser las docentes en el colegio. Nuestra tarea consistía en hacer de la escuela un lugar atractivo, un lugar al cual les apeteciera ir más adelante cuando empezaran las clases. La educación en Marruecos, y concretamente en Errachidia, funciona de forma más laxa de lo habitual y, muchas familias, no refuerzan la importancia de la educación y lo demuestran permitiendo a sus hijos el absentismo.
Por tanto, muchas criaturas no sienten la responsabilidad de formarse y dejan de ir. Ante este abandono escolar, que vimos en nuestra propia piel cuando las aulas oscilaban de un día para otro en número dispar de alumnos, el director del colegio había propuesto esta idea de escuela estiva o introductoria al curso escolar.
Sin embargo, nuestra mera presencia ayudó a crear interés por formarse, puesto que si nosotras habíamos tenido la oportunidad de estar allí, ¿por qué no tendrían ellos la misma en un futuro? Fue así como, a medida que empezamos a entendernos, presenciamos bonitos despertares. Y ganas de aprender.
Lo que ellos nunca llegaron a entender es que nosotras aprendimos más de ellos que ellos de nosotras. Porque la humildad, la sinceridad, la transparencia, la alegría que transmitieron a nuestras miradas nos ha abierto muchas puertas.
En Errachidia así como en la zona cada vez son más los jóvenes que promueven asociaciones culturales que establezcan estos intercambios. Que crean lazos entre voluntarios y escuelas para poder promover este tipo de actividades en todos los barrios y en todas las realidades. Los tres coordinadores que nos ayudaron en su momento ahora poseen sus propias asociaciones y trabajan desde ámbitos como el de las mujeres bereberes a viajes solidarios.