No, no es una historia de amor cualquiera. Es más, no creo que sea el tipo de tío que le gustan las historiad de amor. Al menos no admitirlo en público. Por lo que jamás reconoceré que como helado mientras veo ‘El diario de Bridget Jones’, ni que lloré con ‘El diario de Noa’. Pues bien, a estas alturas ya debes saber que soy un romántico y que me gustan las historias de amor. Pero en otro acto más de cinismo diré que no. Algo ha cambiado para que esté escribiendo esto.
No me voy a poner en plan ‘hater’ diciendo que odio el día de San Valentín. Pero sí os voy a contar la historia de lo mejor que me ha pasado en estos 5 años: conocí a mi novio y encontré un trabajo que me encanta en el extranjero. Esto es, más bien, una historia de amor moderno, con Tinder incluído. De cómo trucando una aplicación de citas encontré a mi actual amor en el rincón más perdido de Irlanda. Tinder 0 – Amor 1.
Hace ya casi 6 meses que abandoné Bristol, ciudad en la que viví durante un año mientras trabajaba en un restaurante mexicano. Hace ya año y medio tomé la arriesgada decisión de salir al extranjero, de buscarme la vida en otros lares. Decidí cabiar elementos de mi vida, para poder avanzar en ella. Con 21 años no era vida quedarme en una redacción hasta no sé cuando en Madrid. Además, las cosas no iban bien en España y la idea de aprender inglés de una vez por todas me rondaba la cabeza. Así que, unos compañeros de la redacción y yo decidimos lanzarnos a la aventura.
Ya había tenido alguna experiencia previa en Gales durante un par de meses. Y a pesar de que mi profesora de inglés se empeñara en que odiara el inglés, ahora resulta que me encanta. Sobre todo salir de la zona de confort. Sentir que no hay límites. Y allá que me fui.
Todo iba bien hasta que me estanqué en el trabajo que tenía y nada avanzaba. Además, en mi vida personal, nada pasaba. Tampoco tenía ánimos. Un continuo conflicto entre tener muchas cosas que compartir y pocas ganas de lanzarme a la aventura emocional. A esa montaña rusa que es el amor. Sí, hubo un momento en que esas puertas estuvieron cerradas por completo.
Comenzaba a convertirme en una roca sentimental. Casi nada me afectaba, casi nada me motivaba. Muy poco frecuente en mí, por lo otro lado. Sin embargo algo cambió durante los últimos meses en Bristol. No me suele gustar la filosofía barata, pero… tras tocar fondo, siempre hay una subida. Comenzé un cambio que derivó en una nueva búsqueda de trabajo. Y ese nuevo trabajo estaba en Irlanda.
Debía intentar de nuevo volver a lo que estudié. Tenía dotes, ¡qué leches! Y ya tenía inglés como para lanzarme a ello. Me fui a Cork a trabajar en marketing. Muy estrechamente relacionado con la comunicación. Y con todo ello vienieron nuevos retos y demás. Había cumplido mi gran logro y sueño: trabajar en otro país en comunicación y en una empresa de habla inglesa.
Es entonces cuando decidí abrir Tinder (de nuevo). Y la pura verdad es que nada surgió. Hasta que decidí hacer aquello que muchos no reconcerán y que acertadamente dirán que es la mayor muestra de desesperación. Cambié la ubicación del GPS para conocer gente de otras ciudades. Mi actual pareja fue uno de los últimos ‘swaps’ que hice antes de querer volver abandonar Tinder. Y sí. Lo hice porque en su foto de perfil llevaba pajarita. Quien desde aquí piense que hice mal, puede abandonar el artículo ahora. Pajaritas forever.
No voy a extender más la historia diciendo cuán maravilloso fue comenzar a conocerle. Tuvimos la primera cita en su ciudad. Y nada más cruzar dos palabras, fue como si los 5 años de vacío emocional se esfumaran del tirón. Fue la jodida cita más divertida que tuve nunca. Tal fue la conexión que decidí entrar a una librería para comprarle un ejemplar de mi libro favorito «El palacio de la luna» de Paul Auster. No juzgaré vuestras conclusiones. «Demasiado pronto», quizás. Pero me sentí absolutamente genial. Surgió, y me dejé llevar como hasta ahora no había querido. Dejé que me empujaran.
Tan fuerte empujó el destino que al cabo de un mes se marchaba a Australia (aquí viene el ‘ploff’ de la historia). El chico irlandés que me había dado las mejores 4 semanas de estos últimos años se fue al culo del mundo. Y decidí apoyarle en todo momento. Quería que para él supusiera salir al extranjero lo mismo que para mí. Descurirse a uno mismo y plantar cara a nuevos retos que me llevaran a mi felicidad profesional y personal.
Apenas una hora y media separaban nuestras casas en Irlanda. Ahora algo más de 18 horas de viaje, unos 17.000 kilómetros y algún que otro transbordo en Singapur o Abu Dabi. ¿Y por qué seguir adelante con ello? Primero porque quedan menos de 4 meses para que vuelva. ¿Y qué son 4 meses de tu vida si ambos estáis en la misma página y es lo que el cuerpo os dice que debéis hacer? Segundo, porque quería volver a sentir estar enamorado, tanto si duele como si no. Si hay algo peor que el amor fracasado, es la asuencia de él.