Me monté en el avión con las expectativas tan altas como el nivel de adrenalina, y, como buen filólogo, mi mochila cargada de libros. Ya en el avión abrí por primera vez Historias de Roma de Enric González –para conocer los entresijos y curiosidades sobre la città eterna– y nunca pensé que podría ser yo el siguiente en poder escribir un libro sobre Roma con todas y cada una de las experiencias que allí viví.
Que era una ciudad caótica lo llevaba escrito en la mano derecha y en la izquierda una dirección a la que no sabía llegar: mi nueva casa. Cargado con las maletas me aventuro, y sí, digo aventuro, a coger un taxi que me lleve hasta allí. A los que leéis esto y estáis pensando en llegar a Roma, ánimo, no os asustéis, un taxi en esta ciudad no muerde, pero va por las vías del tranvía, se sube a las aceras y no tienen límite de velocidad.
Llegué a un piso, el cual me costó encontrar, ya que no es una ciudad fácil ni con residencias accesibles para estudiantes. Fue entonces, y a riesgo de sonar a película americana, cuando me senté en la cama y sentí que había llegado, por fin, a la ciudad de mis sueños.
Los primeros días fueron tan caóticos como me habían avisado; son miles los papeles que hay que rellenar, mil oficinas que descubrir y eso sí, en cuestión de resolver los asuntos a la primera ni hablamos. Cabe decir que todo esto se olvida una vez que llega la tarde y sales a dar tu primer paseo por los foros romanos y entiendes porqué elegiste Roma.
Tuve la suerte de estudiar en la Sapienza, la mayor universidad de Europa, y la capacidad de terminar a salvo el curso, ¡Eso sí que fue una suerte! La mayor locura que existe en Roma bien podría ser esa universidad. La clave era no desesperarse y pensar que la experiencia merecía la pena y así era.
Cuando uno es Erasmus tiene el imán de ir conociendo gente, hacer tortillas de patatas en casa de un francés o una paella en casa de un grupo de noruegos, pero no deja de ser curioso cómo, sin saber por qué, la intención de aprender italiano iba disminuyendo a la vez que mejoraba mi inglés.
Conocí Roma de arriba hasta abajo paseando y perdiéndome hasta cansarme, momento en el que activaba el Google Maps y cogía un bus que me llevase a casa. Debo reconocer que, para mí, el transporte fue lo que peor llevé en la ciudad. Irregular, atestado de gente y viejo, pero como todo y visto desde la distancia lo recuerdo con añoranza.
Esa añoranza es la que siento ahora, casi medio año después de haber dejado ese piso Erasmus que tantas fiestas me dio y, que tan poco orden tuvo. Porque Roma es una ciudad para vivirla desde dentro, desde sus calles, desde sus restaurantes, desde sus discotecas y con unas zapatillas cómodas que te permitan patear la ciudad y descubrir todos sus encantos.
La mochila que llevé llena de libros la cerré el día antes de abandonar Roma con mil y una experiencias que me han hecho ver la vida de otra forma, aprender a que echar de menos es bonito y a valorar lo que tienes. Si has llegado leyendo hasta aquí, hazlo, pide la beca Erasmus a Roma o a cualquier ciudad, te acogerá y te enseñará más que cualquier asignatura de la universidad.
Y que razón tenía quien dijo eso de: Once Erasmus, always Erasmus.
2 comments
Despues de leer esto entran muchas mas ganas de irse de erasmus!!!!!!!!
¡Qué gran testimonio Ismael! Irse de Erasmus es una de esas cosas que todo estudiante debería hacer una vez en su vida, porque viajar no sólo es conocer lugares nuevos sino re-descubrirse a uno mismo.
Saludos y gracias por compartirlo!