«Mamá, cuando sea mayor y tenga dinero iré a París». Año tras año seguía soñando con hacer un pequeño viaje para conocer esta gran ciudad llena de vida y bohemia. Pero nunca imaginé que tendría las llaves de mi propia casa en la ciudad del amor. De hecho, si alguien me llega a decir que años después París se convertiría en mi hogar, no le hubiera creído y hubiera pensado que estaba loco. ¿Yo? ¿En París? ¡Venga ya!
Del pueblo a la gran ciudad
Viajar y conocer culturas siempre me llamó la atención, sobretodo cuando me encaminé hacia el aprendizaje de idiomas. Empecé a estudiar francés en el instituto de mi pueblo y, como prácticamente todos lo que cursamos esta segunda lengua, lo poco que aprendí a lo largo de la ESO fue a decir bien los números, los colores y «Je n’ai sais pas», eso sí, con un acento horroroso.
Para nada pensaba dedicarme al francés. Sin embargo, hice una excursión a Salamanca y me enamoré de la Facultad de Filología. Fue así como empezó mi amor por las lenguas.
¿Por qué el francés y por qué París? ¿No es muy típico?
De repente, había acabado la carrera y no sabía qué hacer con mi vida. Hice balance de los idiomas que había aprendido y, sin duda alguna, escogí el francés como especialización. Nunca había ido a Francia, así que me dije que era el momento de hacerlo. Por ello, después de un tiempo continué mis estudios realizando un máster en la Universidad Sorbona de París.
París para mí era todo un reto y una aventura asegurada. Me resultaba muy atrayente poder conocer una de las capitales europeas más influyentes. Necesitaba respirar el aroma de las panaderías parisinas, palpar cada una de sus sensaciones, probar cada uno de los sabores de la cuisine française, escuchar el sonido de su eterno acordeón y observar el arte en cada uno de sus rincones.
Además, el prestigio de la Universidad de la Sorbona de París puede abrir muchas puertas. De hecho, desde que acabé las clases no me ha faltado nunca un trabajo. Realmente, creo que París es una ciudad que ofrece grandes oportunidades.
Me enamoré de la ciudad nada más aterrizar el avión
«¡París te va a encantar!», «Los franceses son unos bordes» y largo etcétera fueron las frases que escuché durante las últimas semanas antes de coger mi primer vuelo a París. Eran tantos los comentarios así, que mis expectativas se basaban en «Seguro que después de tanto soñar con ello París no es para tanto» y «Jolín, como sean bordes voy a acabar harta y deseando volver».
Pues todo lo contrario, desde el primer momento me sentí muy acogida tanto por la ciudad y como por sus habitantes. Siempre que he pedido ayuda me la han dado e incluso con una sonrisa. ¡Aquí también puedes hacer amigos en la cola del supermercado o esperando el metro! Además, la belleza que se esconde en cada detalle de la ciudad es capaz de hechizarte con tan solo estar presente. Definitivamente, Ernest Hemingway tenía razón «Solo existen dos lugares en el mundo donde podemos vivir felices: en casa y en París».
Vivir en París es el sueño de muchos, pero no siempre está al alcance de todos. Me siento realmente agradecida por todo lo que me enseña esta gran ciudad cada día. París ha sido un sueño hecho realidad que jamás pensé que podría haber cumplido.