Nos pasamos la vida diciendo que necesitamos un año sabático. Año tras año y el año sabático nunca llega. Cada vez parece más lejos o más imposible pero más necesario.
¿Por qué? Las principales dificultades quizás son económicas o que nuestro alrededor no lo vería con buenos ojos.
Pero bueno, hay que echarle morro a la vida y porque nos lo merecemos, porque si decimos que lo necesitamos va a ser que es verdad y porque vamos a demostrarle al mundo que se puede hacer… ¡vamos a hacerlo! Decidido.
Vale y ahora, ¿cómo le digo a mis padres que necesito un año sabático?
Espérate al domingo después de la paella. O si te gusta arriesgar más y fastidiar fiestas, el cumpleaños de tu abuela es el momento perfecto. No. Es broma. No va a ser necesario. Sólo siéntalos y explícales que necesitas parar tu vida para poder seguir rodando.
Explícales que necesitas desconectar para reconectar.
Que, además de ser verdad, suena muy dramático. Toda la humanidad puede entender que en un momento de tu vida en qué estás sin rumbo necesitas tiempo y espacio para experimentar y descubrir qué quieres. Bastante haces que lo pautas en un año. ¡Cómo si fuera suficiente!
Porque en verdad lo que necesitas es recargarte.
Te sientes estancada y te estás quemando antes de empezar. Te falta energía. Y un año sabático significa adrenalina. Significa probar cosas nuevas, conocer gente nueva, llenar de tics la lista de cosas que tengo que hacer antes de morir. Y todo eso recarga el alma y te llena de vida. Para volver transformada en huracán lleno de ideas.
Además es que si lo piensas dos veces…
¡Sólo puedes permitírtelo ahora!
Que no tienes responsabilidades. Que eres joven. Que vas a viajar sola. Ahora que acabas de cerrar un ciclo o que lo has dejado a medias porque tenías dudas sobre si era tu camino. Ahora que estar en tu vida te está cortando las alas. Ahora que es cuando lo necesitas.
Ya sabes. Quien te quiere te entenderá y si no, allá ellos con su vida. Y allá tu, con tu gran regalo, con tu año sabático.